Este Día de la Madre desató una mezcla de emociones que necesitaba tiempo para procesar. Me ha tomado un tiempo compartir esto porque es una historia tejida con sentimientos profundos.

Cuando tenía solo un año, mis padres se separaron, y fui a vivir con mi papá y mis abuelos. Mi abuela se convirtió en una madre para mí, brindándome amor incondicional y me enseñó sobre el trabajo duro y los lazos familiares. No había nada que hiciera que no fuera perdonado, con suficientes Ave Marías y la promesa de ir a la iglesia, claro está.

 

Mi papá se volvió a casar cuando yo tenía 3 años, y he tenido la bendición de tener una figura materna constante en mi vida desde entonces. Qué bendición tener no una, sino dos madres. Pero la vida me lanzó una bola curva cuando me reencontré con mi madre biológica a los 17 años. Fue difícil, sintiéndome fuera de lugar entre sus otros hijos que la adoraban, mientras yo solo me sentía rechazada y que no era bienvenida.

 Me mudé a los Estados Unidos y, durante casi 20 años, pensé que había reconciliado mi paz. Luego, hace 3 semanas, recibí un mensaje de una de mis media hermanas informándome que mi madre biológica estaba muy enferma y había querido hablar conmigo durante años, pero tenía miedo de mi reacción.

 A través de mi viaje personal y profesional, aprendí una lección crucial sobre el perdón. No se trata solo de dejar ir las heridas del pasado; se trata de liberarnos de las cargas que nos agobian. Alguien dijo una vez: “El perdón es la disculpa que nunca recibirás”, y esas palabras resonaron en mi corazón. Cuando hablé con mi madre biológica, mi objetivo principal era darle la paz que necesitaba. Me di cuenta de que aferrarme al resentimiento era como llevar un peso pesado que solo me lastimaba a mí. Así que elegí perdonar, no solo por ella, sino por mí. Fue una liberación del dolor que había llevado durante tanto tiempo.

Esta historia es un testimonio del poder del perdón, un recordatorio de que no se trata de olvidar o condonar acciones hirientes, sino de reclamar nuestra propia felicidad y bienestar. Tenemos el poder de nuestra felicidad, nadie más.

Más tarde ese día, ella falleció, y encontré consuelo sabiendo que le había ofrecido paz y había establecido mi propia paz.

Esta historia trata sobre la curación y la comprensión, sobre los altibajos de los lazos familiares. Es un recordatorio de que el perdón nos trae paz, y el amor de las madres y las figuras maternas es invaluable.

 

 Cindy Santos-Mendoza

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